Según explica el retórico Quintiliano, durante la estancia del Emperador Augusto en Tarraco entre los años 26 y 24 aC, la ciudad le dedicó un altar, seguramente instalado en la parte baja de la ciudad, ya que fue erigido por iniciativa de la colonia y no de los representantes de la provincia.
De este altar en creció «milagrosamente» una palmera (árbol de Apolo, dios protector de Augusto, y símbolo de la decisiva victoria de César en Munda al 45 aC). Los habitantes de la ciudad rápidamente se apresuraron a avisar al emperador de este «milagro«, pero cuál fue su sorpresa, cuando lo que recibieron de Augusto no fueron felicitaciones sino una queja, ya que según el mismo Augusto, si había crecido una palmera, es que el altar no se utilizaba lo suficiente.
Et Augustus, nuntiantibus Terraconensibus palmam in ara eius enatam, “Apparet, inquit, quam saepe accendatis” (Quint. Inst. 6, 3, 77)
Esta anécdota queda plasmada en algunas monedas acuñadas en Tarraco durante la época de Tiberio, en éstas se representa en su reverso, un ejemplo coronada con una palmera acompañada de la inscripción «C “C(olonia) U(rbs) T(riumphalis) T(arraconensis)”, y en el anverso se representa una cabeza de Augusto con la leyenda “Divus Augustus Pater”.